SEGUNDO AÑO DE VIDA:
LA EMERGENCIA DE UN SALTO ESTRUCTURAL
Alberto Weigle
1996
Los comentarios que nos proponemos hacer, constituyen una síntesis, parcial
y sencilla, surgida de variadas fuentes de conocimiento:
- la observación directa de niños en ese
período
- la revisión
detallada de videograbaciones de esos niños
- el análisis de
diversas teorías sobre el desarrollo
- la discusión
en grupo interdisciplinario
Primeramente, mostraremos un slide que viene a ser una especie de síntesis,
muy reduccionista, de las diversas teorías psicoanalíticas sobre el
desarrollo.
Se ve allí, prefigurando
el desarrollo, una especie de tronco de árbol con sus raíces. El entramado de
fondo representa el medio: la tierra y la atmósfera necesarias para el
desarrollo. Si consideramos las raíces,
vemos:
- Una primera raíz correspondiente a la formación y maduración de estructuras
neurobiológicas que comienza desde la concepción y continúa luego del
nacimiento, durante un largo período, en relación a la marcada inmadurez de la cría
humana.
En esta etapa, la vertiente de programación genética es muy marcada y la
vertiente ambiental se refiere, sobre todo, a las condiciones biológicas fijas necesarias
para que el programa genético se cumpla [me refiero a los aspectos de nutrición
y protección en general).
Esta maduración biológica continúa expresándose durante todo el desarrollo
y sabemos que las últimas mielinizaciones del sistema nervioso se producen
alrededor de los 20 años. En la pubertad
esta maduración va a recibir un enorme aporte ya programado genéticamente que,
como sabemos, será grávido en consecuencias no sólo biológicas sino también
psicológicas (me refiero a la maduración sexual definitiva y al gran desarrollo
osteomuscular de esta etapa)
- Una segunda raíz cuya entrada en acción la detectamos, en la especie
humana, entre los seis y ocho meses, corresponde a la poderosa corriente de
aquellas conductas interactivas que no dudamos en calificar como de naturaleza
etológica pues son conductas similares, no en sus detalles, pero sí en su
esencia, a las observadas en aves y mamíferos en general. Nos referimos a las
llamadas conductas de apego que se corresponden con las conductas de cuidado de
la cría, en una interacción que las potencia mutuamente.
Son conductas complejas, genéticamente programadas también, pero aquí la
interacción con otros miembros de la especie adquiere una importancia tan
crucial que su distorsión o ausencia provocará grave trastorno en el
desarrollo. Podemos decir que los pesos de lo genético y lo vincular se
equiparan.
Se inaugura así, para el nuevo sujeto, una corriente vinculante con
poderosa carga afectiva que interactuará con similares corrientes de sus
semejantes próximos.
Esta corriente, esta apetencia por la vinculación que, como dijimos, se le
llama apego (como traducción no muy feliz de la palabra inglesa attachment) adquiere un perfil
particular en la especie humana, mucho más que en otras especies, tanto por su
duración (toda la vida) como por su intensidad.
En realidad, nos estamos refiriendo a lo que habitualmente llamamos
sentimiento de amor, sentimiento que queremos distinguir claramente del
atractivo erótico con el que a menudo se confunde. Una confusión debida a la elevada
interacción entre ambas corrientes, amorosa y erótica, especialmente en los llamados
vínculos de alianza.
Y, al hablar de amor, estamos también mencionando a su correlato el odio
pues, dentro de esa permanente oscilación ambivalente de sentimientos, se
constituye el campo de la vinculación entre personas.
- Una tercera raíz corresponde a la introducción, durante el segundo año
de vida, de una última y notable
corriente del desarrollo temprano, signada por la aparición en escena de una compleja función, también
genéticamente programada: la función simbólica
o, mejor llamada, función semiótica. Esta función permitirá al niño
operar con sistemas de signos en ausencia del referente, en ausencia de la cosa
concreta, introduciéndolo así en el mundo de los significados. De estos
sistemas de signos, el más privilegiado será el de la palabra, pero no el único
y quizás ni siquiera el más importante en esta etapa inaugural de la función
semiótica.
A propósito de esto les voy a relatar una pequeña escena observada por uno
de los miembros de nuestro equipo de investigación, referida a una niña de 18
meses que ya poseía un cierto manejo del lenguaje con frases cortas, pero que
no disponía aún de un uso correcto de la red pronominal yo-tú-él.
La niña jugaba en una habitación con su hermano de tres años. Dos adultos,
parientes próximos, estaban allí como espectadores casuales. En cierto momento,
el hermano le propone a la niña:
- ¿Querés un helado?
- ¡Sí!, responde ella entusiasmada.
El niño se dirige a una mesita cercana, que ahora oficia de mostrador, y le
pide al almacenero -inexistente- el helado, también inexistente. Hace ademán de
tomarlo poniendo la mano en forma de cucurucho y se vuelve hacia la hermana
ofreciéndoselo.
Ella lo mira enojándose y dice:
- ¡No! ¡Un helado!
El niño sonríe mirando a los adultos que también sonríen complacientes y vuelve
al supuesto mostrador repitiendo toda la escena imaginaria de compra y entrega
del helado a su hermana expectante.
La niña grita y protesta y las
lágrimas saltan de sus ojos mientras reclama el
helado.
El niño, en complicidad armónica con los adultos, repite otra vez la
maniobra de compra, mientras la niña más llora y más protesta, pero esta vez él
modifica la situación ofreciéndole helados a los adultos que los aceptan y
todos, menos la niña, juegan a comerlos.
La niña que, mientras llora, no deja de observar la escena, detiene de
pronto su llanto, durante un instante abre sus ojos sorprendida y luego se le
ilumina la cara y ríe con enorme regocijo.
El hermanito rápidamente le alcanza el helado ficticio que ahora ella
recibe feliz, olvidando por completo el helado que reclamaba. Se une al resto
de los participantes y ahora todos toman helados ficticios en medio de alegre
algarabía.
Esta pequeña escena nos sugiere varias cosas:
- el carácter de salto hacia una nueva organización estructural que permite
a la niña operar en ausencia del referente concreto.
- la gozosa entrada en un mundo de comunicación interhumana que vale por
mil helados
- el acceso a un sistema sígnico complejo que, si bien incluye la palabra,
es mucho más que ella constituyéndose en una escena con variados lenguajes
articulados entre sí, donde circulan gestos, mímica, manifestación de
emociones, complicidades no dichas, sostén y presión para el aprendizaje, etc.
- el ingreso pleno en el área del
juego compartido que, con su enorme valor estructurante, se muestra como
fundamental para la construcción de una persona.
Les cuento ahora otro pequeño episodio, en otra niña de 2 años y tres meses
que ya posee un claro desarrollo del lenguaje y, al parecer, una plena
adquisición y manejo del pronombre YO y del conjunto de la red pronominal: TÚ,
ÉL, NOSOTROS...
Sin embargo, veamos este diálogo:
La niña está en brazos de la madre y saluda a su abuelo que llega. Luego de
los afectuosos intercambios de costumbre, el abuelo le dice:
- ¿Viste? Vos sos la hija de tu mamá,
pero ella es mi hija…
- ¡No! ¡Salí! dice la niña con
expresión de disgusto y protesta, casi al borde del llanto y abrazándose
fuertemente al cuello de la madre. ¡Ella
es mía!... es mi mamá...no es tu hija... yo soy la hija... es mi hija...
Risas entre abuelo y madre. La niña mira entre compungida y asombrada, no ríe
y continúa fuertemente abrazada al cuello de su madre.
Haciendo un cierto recorte de este episodio para observar el nivel de
comprensión alcanzado por la niña, podemos decir que ella comprende claramente un
cierto nivel de identidad de los actores de la escena por el uso correcto que
hace de los pronombres personales y los posesivos: yo, tú, ella, mía, tuya...
Pero no llega a comprender todavía la red identificatoria que implica el uso de
los sustantivos relativos: hija, madre, padre, abuelo... Para ella, los
personajes adquieren la contundencia de la identidad por presencia (presente o
representada), la identidad por la propiedad (ella es mía) o la identidad por los roles (madre protectora/ hija
protegida). Pero se le escapa la identidad, tanto otorgada como asumida, de los
lazos de parentesco y de la inclusión en una genealogía.
Podemos decir que aún no ha alcanzado el nivel que Freud describe como edípico
pues, para alcanzarlo necesitará de la comprensión de los lazos de parentesco
(ver 2º nivel en el slide).
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